Fue proclamado insumergible. Una dramática bravuconada, como se demostraría muy pronto. Y sin embargo, algo de cierto aleteaba detrás de aquella exagerada expresión de orgullo. El Atlático se tragó el Titanic la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 durante su viaje inaugural de Southampton a Nueva York, pero en realidad el barco nunca murió del todo. A lo largo de este siglo, su historia ha renacido infatigable, como un ave fénix.
Una de las personas que ha ayudado a mantener viva la leyenda ha sido Clive Palmer, empresario y expolítico australiano convertido en multimillonario gracias a sus inversiones en hierro, níquel y carbón. En 2012, Palmer anunció un proyecto a la altura de su fortuna. Quería construir una réplica del histórico crucero, y estaba dispuesto a poner sobre la mesa unos 440 millones de euros. Llamó a su empresa Blue Star Line, un evidente guiño a la compañía británica White Star Line propietaria del RMS Titanic y de su «hermano» HMHS Britannic, hundido mientras prestaba servicios al país en la Primera Guerra Mundial. .
En aquel momento se dijo que el Titanic II se construiría en China en 2016, fecha que luego se retrasó a 2018. Solo fue una ilusión. A medida que pasaban los meses, crecieron las sospechas sobre el futuro de la idea. Surgió una disputa con un grupo chino sobre derechos de autor, la web de la Blue Star Line dejó de actualizarse, y arrancó 2018 sin noticias fiables al respecto. Hasta ahora..
El anuncio llega unos días después de que un grupo inversor haya comprado por 17 millones de euros los 5.500 objetos recuperados a 3.800 m en el fondo del mar, a la altura de Terranova, un lugar al que la compañía británica Blue Marble aún organiza expediciones para ver desde un pequeño submarino los restos del naufragio.

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